jueves, 8 de octubre de 2009

INEM, UNA REALIDAD DE 40 AÑOS

A Magaly, Vilma, Candelaria y a toda esa familia
Entre el olor a nuevo, de cemento recién fraguado, se colaba un viento primaveral que dejaban una inconfundible fragancia de monte. Las iguanas, culebrillas y paco pacos salían al encuentro de los briosos huéspedes que entrarían a su vecindario quitándole la exclusividad animal al lugar. La canción que vivan los estudiantes, en gesta de Mercedes Sosa se dejaría escuchar ovacionando a quienes ocuparían las pintorescas edificaciones erigidas, para hacer realidad el proyecto educativo de los INEM, que sin adversidad alguna se anclaría en las tierras del Atlántico.

Cuando lo anterior sucedía, ya habían entrado a la fastuosa hotelería, mas dos centenares de hombre y mujeres poseídos por los saberes disciplinares más encumbrados por entonces. Era un catalogo de maestros previamente seleccionados, sin los afanes clientelares, porque el merito del saber había obrado como regla de decisión. El juramento proclamado de enseñar conforme cambiaban los tiempos y los desafíos lanzados por la sociedad lo tendrían cumplido con creces. Los tres fines de la educación surcarían su cielo porque desde su origen se trabajaría en los procesos de construcción de capital social, de formación para el trabajo y de medio de ascensión social.

Las cohortes de jóvenes, sumarían millares y reuniría a todos los linajes, creencias, costumbres y credos políticos del Caribe que darían paso a una amalgama de estudiantes virtuosos. La conjunción de empinados objetivos académicos se pregonaría como un valor irrefutable que defendería la inclusión y el respeto a la naturaleza humana. Por sus praderas, arboledas, bosques y sus espaciosas vías peatonales desfilarían los mayores con los más jóvenes, los acomodados con los humildes, los ateos con los piadosos, los militantes con los escépticos. Se licuarían en esos intercambios, numerosas páginas de contenido proverbial, que agregarían valor al aprendizaje colectivo, haciéndolo más rico, teniendo como telón el disenso, la participación en la construcción de los saberes, el desarrollo de las habilidades deportivas y artísticas, marcas que diferenciaban al INEMITA del estudiante promedio.

El INEM sería de los más emblemático ejercicios de integración pedagógica puesto al servicio de la educación de calidad. Tan fácilmente, no se hallaría, en los tiempos recientes de le educación en el Caribe, una Institución educativa con toda su capacidad infraestructural. En sus escenarios deportivos, dotación de equipos tecnológicos, recursos didácticos y laboratorios, se combinaría una relación alta de uso con aprovechamiento técnico, que generarían prodigiosos resultados que darían a esa Institución tiempos de grandeza y de lucidez. El INEM sería una ciudadela viva, en la que saltaría la lúdica esparciéndose a lo ancho de su espacio vital. Por eso se apreciarían el salto de a los deportistas entrenando , el sonido de una corchea nacida de una aprendiz, el gesto en una obra de teatro, los círculos literarios reunidos en la biblioteca o en las sombras de los árboles, así como un nutrido grupo de críticos del sistema que estarían atento a lo expresado por un orador.
Un eclipse pasaría por sus cielos, mostraría muchas nubes grises. El crepúsculo amarillo despuntaría, para darle un aire de vida, señalando la senda que había retomado el monte. La mística, el coraje y la ilusión se posarían nuevamente en los directivos de siempre, en los nuevos que llegarían cargados de encargos como de reinstaurarlo, proyectarlo y glorificarlo. Allí estarían sus egresados derretidos en el delirio de su prestigio y de su otrora tiempo, sus maestros de toda su vida y una rectoria creativa, concurriendo con las autoridades a refundar la apoteosis pedagógica del INEM Miguel Antonio Caro.
Rafaelcastillopacheco@hotmail.com