lunes, 7 de diciembre de 2009

EL RELCAMO DE UNA MUJER CONTAGIADA CON SIDA DE SUS MEDICAMENTOS A UNA EPS PUDO OCASIONAR UNA TRAGEDIA

Casi que en tono eufórico se escucharon unas declaraciones del epidemiólogo Álvaro Villanueva en la mañana en que se celebraba el día mundial de la Lucha contra el sida, signo de verdadera esperanza para los cientos de miles de colombianos contagiados con el mortal virus. El científico proclamaba que las posibilidades de vida crecían para esa población, que cada vez existían menos razones para desahuciarlos, dando cuenta de los grandes avances en el campo científico de una nutrida gama de fármacos ensayados exitosamente en el planeta contra ese mal.

Dos horas más tardes, una mujer de tez blanca concurría una vez más a la sala de espera de una renombrada EPS, a lo mejor estimulada por las palabras del científico, para tramitar la entrega de sus medicamentos. La señora, completaba su segundo día de la Semana en ese aburrido proceso, y 24 horas antes había hecho severas advertencia al personal de la entidad, impulsada por el agotamiento de su paciencia, que regresaría con una jeringuilla con muestras de su sangre dispuesta a inyectar con el elemento hasta provocar el contagio de los funcionarios malquerientes, sino le entregaban sus medicamentos.

Ese día se había enfrentado a uno de los vigilantes que trataban de contenerla, pero los minutos corrían aumentándole su cota de desespero, cuando intempestivamente sacó un golpe de matillo produciéndole una herida en el parpado izquierdo, dicen que pudo ser con un carterazo. La EPS poco diligente, no buscó la salida al problema, haciendo lo necesario para darle a la mano sus medicamentos, sino que organizó una guardia especial para el siguiente día, imponiendo restricciones de acceso a las personas, para evitar el ingreso de la paciente de SIDA a sus instalaciones. Cuando la valiente hembra se asomó, dos vigilantes tomaron el control de la puerta pretendiendo cerrarla y evitar que se colara la “cantaletosa”, según la bautizaron. Ella, que pudieron creerla vencida por los azotes de su enfermedad, se impuso en un forcejeo contra los dos falsos “Sansones”, con las fortalezas que dan sus tremendas ganas de vivir.

Cuando irrumpe en la sala, mostraba que de su rostro se había apoderado la angustia. Ese día llegaba dispuesta a subir el umbral de su reclamación y sin pensarlo dos veces escaló al segundo piso donde le confirmarían lo que presumía: Sus drogas no se habían conseguido. Comenzaba entonces, una verdadera batalla, que hubiera podido terminar en una tragedia inimaginable. De forma vehemente la dama lanzaba acusaciones fuertes contra los funcionarios displicentes y justificaba el sentido de su pregonar con la sentencia que solo Dios puede poner límites a su paso por la tierra. De las palabras pasó a la acción física, cuando los vigilantes trataron de enfrentarla ante la fogosidad de su verbo centelleante. Utilizando como arma su cartera blanca de cuero, adornada con un broche grande en forma de nudo, que movía circularmente, comenzó a golpear la humanidad de los vigilantes. Cada paso hacía delante de los miembros de seguridad, lo hacía merecedor de un golpe contundente con su improvisado pero efectivo instrumento de defensa. Cuando se repetía por varias veces la acción violenta, un vigilante desenfundó su arma enseñándosela a la atacante, lo que despertó la ira y solidaridad de los asistentes. Una señora, entrenada en las lides del reclamo, que completaba varias horas esperando turno, empujó al hombre de seguridad, advirtiéndole lo que lo podía pasar, si se atreviera disparar.

Los funcionarios llamaron a la Policía, y esta acudió dispuesta a retirar a la “agresora”. Un hombre de 45 años aproximadamente cuestionó el procedimiento policial, porque estaban actuando con una información parcial dada por la EPS, caracterizando a la descompuesta mujer como una lumpen destapada, con una locura irreversible. Las voces de otras mujeres se hicieron sentir para que la patrulla que atendía el caso, no pudiese cumplir con su cometido de arrestar a la dama que defendía el sagrado derecho a su existencia. Ni la mujer involucrada, ni ningunos de los asistentes pudieron creer la versión, que no haya en Colombia, ni en el mercado internacional un proveedor que pueda darle a esta EPS la seguridad de cumplir puntualmente con la entrega de sus medicamentos.

¿Será esa la nueva dinámica que se impondrá en el contexto de esta entidades, de volver de `policía los casos de reclamación que presentan sus afiliados por la insensatez de cumplir con lo que le corresponde? ¿Sabrán las autoridades de salud, como terminó el caso de la señora en mención, que se marchó a su casa sin los medicamentos, y que estuvo punto de morir no por la acción de la enfermedad, sino por la intolerancia de un vigilante? ¿Será que el avenimiento de esos nuevos tiempos para los contagiados con el virus en la ciudad sugerido por el Dr. Villanueva se sigue vergonzosamente aplazando por la actitud temeraria y mercantilista de estos intermediarios de salud?


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