POR: RAFAEL CASTILLO PACHECO.
El primer semáforo en el mundo se instalo frente al Palacio de Westminster en Londres en el año de 1868, y era maniobrado por un policía subido a una torre con forma de cruz, que le permitía accionar dos brazos con las luces verdes y rojas. Mas tarde en 1.917 se estrenó el primer sistema de interconexión con 6 intersecciones y en 1920 se agrega al luz amarilla en la ciudad de Detroit.
El semáforo cumplió 140 años de ser inventado con una evolución rica en transformaciones y prodigiosas mejoras, como pueden ser los sistemas interconectados de centenares de intersección, los reportes de infracción mediante video cámaras, su gran capacidad de reprogramarse inteligentemente de acuerdo con las corrientes de tráfico soportado con sistemas innovados de censores. Hoy las bondades de los sistema de semaforización, son ampliamente reconocidas para la reducción de la congestión, la mejora de la seguridad o para apoyar diversas estrategias de transporte (promoción del transporte público, reforzamiento de la jerarquía viaria, priorización de peatones y ciclistas, etc.).
Volúmenes mínimo de tránsito de 300 vehículos por hora en cada vía o 500 en la principal, interrupciones de tráfico continuo, disparos en la circulación progresiva de vehículos y por supuesto la ocurrencia mínima de 4 accidentes por año son las condiciones que identifica la autoridad de tránsito para semaforizar una intersección, lo que genera una paciente dedicación de funcionarios expertos apoyados en buenso sistemas de información.
Barranquilla cuenta hoy con 232 intersecciones con un valor presente de 130 millones cada una, lo que da una medida del esfuerzo fiscal de gobierno y ciudadanos por acceder a tecnologías tan costosas con muy pocos proveedores idóneos. Cuando está ausente el sistema, presionamos de forma airada para su habilitación responsabilizando del caos a la autoridad local: preguntamos por los recursos que pagamos para tales fines; reclamamos por la ausencia de los agentes de tránsito que desobedecemos en otros espacios viales, y en medio de la travesía del creciente trancón invadidos por los pitos y el recuerdo seguido de quien nos parió, hacemos maniobras por los callejones angostos disponibles para evadir a los competidores, perdón eludir la acción de otros conductores y peatones, mientras dibujamos mentalmente al semáforo invocándolo con aire de oración, recordando las luces de paso simple que lo simbolizan y lo distinguen.
Y esto es lo más triste: Parece que aportaran muy poco 140 años de evolución tecnológica lideradas por universidades e instituciones en investigación y desarrollo; la realización de agudos estudios de ingeniería para justificar su puesta en funcionamiento; la priorización de recursos financieros con un alto costo de oportunidad para el gasto social por ejemplo en nutrición; tasas de accidentes incrementadas con buen saldo de víctimas entre heridas y mortales; los reclamos reiterados de la comunidad presionado su instalación, para que al final, una vez el objeto deseado entre en operación, se nos acabe toda la rogativa, y lo transformemos en rey de burlas.
Los costos que pagamos en Barranquilla, por el uso no aplicado del semáforo son inimaginables, pues no hemos mencionados los ocultos que se encuentran en la poca velocidad media del sistema que afecta al transporte público y particular que impacta la productividad local. Y como si fuera poco, en la ciudad se volvió un imperativo tener agentes de tránsito que cuiden el sistema de semaforización, para vigilar y sancionar a los que lo desobedecen, porque no somos capaces de cumplir las simples instrucciones que nos da este artefacto, cuya finalidad principal es la de permitir el paso alternado a las corrientes de tránsito que se cruzan, con un uso ordenado y seguro del espacio disponible.
La ciudad tiene 250 agentes laboriosos que resultan pocos para una urbe tan caótica como Barranquilla, pero más grave que se tenga que destinar una buena porción de ellos para cuidar a los violadores de semáforos. Aquí el Semáforo no se convierte en un valor añadido para la seguridad vial, sino que genera costos marginales, como son los policías que lo deben cuidar, lujo casi que exclusivo de Barranquilla que abandonó Detroit hace 89 años, pues tiene que destinar no menos de cuarenta millones pesos anuales por intersección que cuestan los dos agentes, con el correspondiente sacrificio o costos que significan que no estén en vías sin semaforizar.
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